Por Mari

Eran alrededor de las 6 de la tarde. Acababa de volver del hospital. Tuve que ir porque la herida de la cesárea estaba muy inflamada y sentía mucho dolor. Cinco días antes había tenido un parto muy traumático. Llevaba ya muchos días sin dormir absolutamente nada. Me quedé dormida dando el pecho. De repente, me desperté. Estaba sudando, temblaba de frío y tenía fiebre. Mi hijo estaba junto a mí en el centro de la cama. Llamé a mi marido y empecé a llorar. Le tiraba de la camiseta suplicándole que cuidase de nuestro hijo, que no permitiese que se lo llevaran las enfermeras. Mi marido no entendía nada. Estábamos en casa los tres solos, no había ninguna enfermera. Pero yo las veía. Le decía que estaban ahí, en nuestra habitación, que protegiera a nuestro hijo. Me recuerdo temblando. Él llamó a nuestro matrón y cuando llegó a casa, yo pensé que venía a por el crío. Fue horrible. Me acosté y dormí tiempo seguido; solo me despertaba el llanto de mi hijo para mamar. Esa noche fue muy dura, durmiendo sola en la cama y suplicando a mi familia que me lo trajeran a mamar cuando lloraba, pero necesitaba dormir y descansar. A la mañana siguiente no recordaba apenas nada, solo algún flashback. A partir de ahí todo fue a peor.

Tiempo después he sabido que mi hijo y yo pasamos un cuadro de estrés postraumático. Mi bebé lloraba mucho, nunca se saciaba con la lactancia a demanda, cabeceaba, se irritaba, era agotador. Yo solo quería volver a mi antiguo estado vital: sin hijo, sin cesárea, sin lactancia, sin miedo, sin culpa… Me desconecté de mi marido, le recriminaba la maternidad, le culpaba de esa situación, y a la vez me culpaba a mí. De hecho, la culpa me acompañó durante muchos meses. Culpa por no haber dado un parto natural a mi hijo y por no estar bien para él en el posparto; por verbalizar frases muy duras contra mi bebé. Culpa por sentirme sola, a pesar de tenerlo pegado a mi pecho acompañándome todo el día. Culpa por no saber interpretar lo que le pasaba y no calmar su llanto. A la culpa se juntaba el miedo y la soledad. En el parto llegué a pensar que mi hijo se moría, que no saldría bien de allí. Y ese miedo me penetró el alma. No dormía. Tenía insomnio. Pensar en el parto, en cada momento, en cada intervención, me sobrecogía… Fueron meses duros, vividos en soledad. Lloraba mucho por dentro. Pero esos sentimientos fueron dando paso a una ligera esperanza. Cuando la lactancia estaba asentada, me liberé mucho. Después de 17 meses tomé conciencia de la necesidad de hacer terapia, de revisar todo lo sufrido para darle un lugar y para entender qué me había pasado. Tomé conciencia de la importancia de ser acompañada por una profesional que me ayudase a quitarme la culpa. Me di esa oportunidad y a día de hoy, pasados ya 26 meses del parto, puedo decir que he sanado mucho mi herida emocional. Gracias al acompañamiento de mi excelente psicóloga he podido cambiar la forma de mirar a mi hijo. De sentirme orgullosa y responsable de la lactancia y la crianza que le he dado y de saber que no pude hacerlo mejor porque no estaba mentalmente sana. Hoy mi hijo es un niño feliz, divertido, intrépido, activo y muy afectivo. Yo soy una madre feliz que sigue dándole el pecho y durmiendo con él. Y mi marido ha conseguido empatizar y entender parte del sufrimiento por el que he pasado.

Desde aquí animo a las madres a que pidan ayuda en el posparto y a que se dejen cuidar y acompañar. Yo no supe pedir ayudar y viví todo en soledad.

Photo by Andrei Lazarev on Unsplash

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